Hoy quiero compartir con vosotros mi desayuno. Supongo que algunos de vosotros habréis desayunado lo mismo, pero necesito soltarlo, porque se ha convertido en una bola que me oprime la garganta y amenaza con no dejarme hablar de nuevo si no encuentro a nadie con quien compartir esto.
Estoy habituada a desayunar balas, bombas, minas antipersona, altas torres cayendo desplomadas o trenes convertidos en amasijos de hierros tras atentados terroristas, palizas brutales entre adolescentes y entre cónyuges, incluso de padres a hijos, disparos israelíes contra piedras palestinas, adolescentes con personalidad anulada (o hecha a medida) tras un largo periodo de secuestro…¿no es necesario que siga, no?
Quizá sea por la intensa profusión de imágenes, por el incesante bombardeo de noticias de esta índole con que acostumbro a desayunar, comer y cenar, que me he vuelto casi inmune a ellas. Digo bien, casi. Soy capaz de ver con todo detalle este tipo de imágenes a las que me he habituado. Puedo verlas sin cerrar los ojos, aunque con sentimientos de profunda rabia e impotencia, sentimientos inversamente proporcionales a la edad e indefensión del agredido.
Considero inadmisible la violencia entre congéneres, pero siempre o casi siempre hay voces que se alzan contra ella, hay otros congéneres que salen en defensa, incluso los mismos agredidos o allegados pueden clamar y conseguir justicia. Porque se trata de iguales.
Hoy he cerrado los ojos, hoy no he podido desayunar lo que me ofrecía el informativo. Hoy mi rabia y mi impotencia se han convertido en profundo dolor, pena, indefensión, incomprensión…Me he convertido en ese perro atado a una verja al que su dueño le propinaba, tubería de PVC en mano, una BRUTAL paliza. He sido yo la que emitía sonidos desgarradores de dolor y pánico mientras no dejaba de mirar a mi dueño pidiendo clemencia. No he sido capaz de lanzarme y morderle la yugular como se hubiera merecido, no, en lugar de eso no dejaba de mirarle y de llorar. ¿Por qué no lo he hecho? ¿Por nobleza?, ¿por compasión, pues sé que si le cojo le mato?, ¿por deber moral?, ¿porque soy como la adolescente secuestrada y mi verdugo es quién me da de comer? ¿Por qué?
Lo primero que he pensado, cuando he podido coger aire, ha sido: “¿¡¿¡ Como puede ser tan animal?!?!”. Pero no señores, lo que debería preguntarme es por qué no somos todos un poco más animales.
La Malvaloca.
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